La Organización Mundial de la Salud (OMS), ese organismo del que el presidente Javier Milei descree, dice que una de cada seis personas en el planeta está afectada por la soledad. En Estados Unidos, el Instituto para Estudios Familiares publicó un informe titulado «La recesión sexual»: muestra que en 2024 sólo el 37% de las
La Organización Mundial de la Salud (OMS), ese organismo del que el presidente Javier Milei descree, dice que una de cada seis personas en el planeta está afectada por la soledad. En Estados Unidos, el Instituto para Estudios Familiares publicó un informe titulado «La recesión sexual»: muestra que en 2024 sólo el 37% de las personas adultas declaró tener relaciones todas las semanas, mientras que en 1990 ese porcentaje llegaba al 55 por ciento . En la Argentina, aunque no hay estudios sistemáticos, un relevamiento entre estudiantes universitarios arrojó que el 48% disfruta “por igual” el sexo con otras personas y la autosatisfacción, o que esa elección “depende del momento”.
En tiempos de hiperconexión digital e interacciones al alcance de un clic, los cuerpos perdieron protagonismo. O se volvieron blanco de otras lógicas, atravesadas por cámaras, filtros y likes (y carencia de esos likes). Los especialistas lo describen como un fenómeno de la última década, que se potenció tras la pandemia y se entrecruzó –no solo en Argentina, pero con fuerte impronta por estos pagos- con discursos individualistas y crisis que sumaron complejidad al asunto.
“Por un lado está la fantasía del sexo al alcance todo el tiempo, el porno soft como estrategia de marketing, la expectativa de sexualización rápida. Pero a su vez hay como una fiaca, cierto agotamiento de las app de citas. Hay muchas dificultades para vincularse y es más cómodo o mejor en la relación ‘precio-calidad’ estar en la cueva digital, mirando Netflix y hablando desde el sillón con desconocidos. Es casi gratis. En cambio ir a la cita presencial, tener el riesgo de que sea incómodo o haya alguna situación de tensión, más el costo económico, lleva a que muchos opten por una vida monacal. Y hacer cada tanto una sexualidad más digital o ir a Only Fans”, describe el sociólogo Joaquín Linne, quien este año publicó La reinvención del amor: una etnografía de cómo es enamorarse, tener sexo, amigos y/o mascotas en tiempos de Tinder. Al parecer, que haya menos sexo no implica que haya menos interés por el tema: el libro –editado por Siglo XXI- se agotó y está en reimpresión.
Sin goce, sin conexión
“Lo que al principio empezó como algo divertido, para pasar el rato, se convirtió en una especie de extraña adicción, donde buscás gente virtualmente y vas descartando o ‘likeando’ solo por la impresión que te dejan un par de fotos. Hasta que llega el match: ‘hola, ¿cómo estás? ¿A qué te dedicás, de dónde sos?’. La misma charla que repito una y otra vez desde hace años. Conocí gente interesante, pero no entablé ninguna relación formal con ninguno de los vínculos fugaces con los que me crucé. La oferta es ilimitada y supongo que algo de eso hace que sea más difícil formar relaciones duraderas”, reflexiona Melina, soltera, 40 años y belleza hegemónica, sobre su paso por las aplicaciones de citas.
“Los contactos pueden ser más fáciles o más rápidos, pero no hay una conexión profunda. La conexión es superficial, las interacciones no son significativas y muchas veces dejan la sensación de soledad y desconexión. Esto fue incrementando otros problemas, como la necesidad de mostrar una imagen perfecta que no existe. Una presión innecesaria que lleva a frustraciones importantes”, analiza la psicóloga Liliana Solari, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), excoordinadora del equipo de pareja y familia del área de psiquiatría del Hospital Rivadavia.
“Lo que se ve en los vínculos también tiene que ver con una época de mucho narcisismo. Mucho individualismo. Es muy difícil ver al otro como alguien que puede aportar algo. Esto bloquea mucho. Los factores son varios: la pandemia fue un signo muy importante, cada uno se replegó y aparecieron muchas patologías, fobias, temores, ataques de pánico. Pero lo político también incide. La incertidumbre y la crisis afectan sobre el deseo, sobre todo en las parejas más grandes”, opina.
Son temas que llegan cada vez más a la consulta, donde el impacto de la cuestión económica se vuelve palpable: “No hay dinero para sustentar las sesiones. Empiezan a pedir venir cada quince días en lugar de semanalmente. Lo van tratando de pilotear. Es lo que estoy viendo en los últimos meses”.

La crisis del match
Florencia Alcaraz, periodista especializada en género y Derechos Humanos, lleva tiempo investigando las nuevas formas de vincularse (y desvincularse). Trabaja en un libro sobre el tema y analizó en un episodio del podcast Todo es fake –de Anfibia- que “las apps de citas, que tuvieron su fulgor después de la pandemia, ahora están en una caída en suscriptores pagos y descargas. Ahora se da como una crisis del match. Era la correspondencia afectiva y sexual, para después tener un encuentro, pero hoy se volvió una barrera. Las personas hacen match, pero se quedan ahí –intercambiando, hablando- y no pasan al encuentro presencial. Tiene que ver con una crisis de todo: de la presencialidad, del encuentro heterosexual, de la masculinidad, de la economía, múltiples crisis que estamos atravesando”.
Linne también apunta contra la lógica del match, como se llama en las aplicaciones de citas al ‘encuentro’ con alguien supuestamente compatible, según el entrecruzamiento de poses, biografías y algoritmos. “Hay una idea en el imaginario de que gracias a la tecnología vamos a encontrar a nuestro mejor match. Pero en la práctica hay algo de lo inefable, si hay piel o no, que es muy difícil de poner en algoritmos y de medir. Muchas veces aunque hay afinidad política o de otros intereses, cuesta después el enganche real”, dice el sociólogo a Tiempo.
Según el informe “Sexualidad digital: cómo las plataformas reescriben las reglas de la intimidad de los jóvenes”, publicado en julio de este año por el Centro de Investigaciones Sociales de la UADE, entre casi 1500 jóvenes universitarios el 80% siente que las redes cambiaron de raíz la forma de vincularse. Un porcentaje aún mayor (88%) afirma que las redes incidieron en la forma de verse a sí mismos y de experimentar el deseo. Y la percepción de que ciertos cuerpos son más visibles o deseables en el entorno digital fue compartida por un universo tan enorme como el 95% del total.
“Se vive con una exigencia tan fuerte, donde lo importante es la imagen, la superficialidad, el consumir. Eso no tiene que ver con el deseo, que va por otro lado”, apunta Solari y cita al filósofo Byung-Chul Han en La agonía del Eros. “Hay cierta comodidad de no comprometerse –añade- Poner el cuerpo es comprometerse más, es poner afectos. A través de las citas y el sexting solamente hay que poner la palabra, alguna foto, pero no contacto con la piel, miradas. Hay ciertos sentidos que se pierden totalmente. En ese sentido –concluye- está deshumanizada la intimidad”.«
Hogares sin infancias
Lo que alguna vez se llamó «familia tipo» dejó de ser la regla hace rato, no hace falta aclararlo. Pero además, las nuevas formas de familia conviven con otros tipos de vinculaciones, más allá de las parejas y sus descendientes. “Hoy está socialmente habilitado no tener familia tipo sino tener familia mascota. Muchos políticos –como bien sabemos en Argentina, pero también en otros lugares- o gente famosa elige otras opciones. También pasa entre la gente común: en CABA el número de mascotas es el doble que el de niños menores de diez años”, contrasta el sociólogo Joaquín Linne.
La baja de la natalidad es un proceso de larga data que obedece a múltiples factores y se dio en distintas partes del mundo. Pero, sin duda, los cambios en las relaciones y la decisión de no formar parejas ni familias inciden en esa tendencia. Un estudio publicado este año por el Observatorio del Desarrollo Humano y la Vulnerabilidad de la Universidad Austral mostró el crecimiento de los hogares sin infancias en el país: pasaron del 44% en 1991 al 57% en 2022.

«El trabajo de construir un ‘nosotros’»
«La dificultad para entablar relaciones duraderas se encuentra hoy entre los motivos de consulta frecuentes», afirma María Fernanda Rivas, coordinadora del departamento de Pareja y Familia de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Plantea que, en tiempos de redes sociales e inmediatez, no se asume que el amor requiere esfuerzo.
“Podríamos pensar que lo que se encuentra en crisis es la idea de que el amor requiere de un ‘trabajo’ emocional, que consiste en sostener y aceptar el desencuentro, la no coincidencia, la ‘otredad’ del otro. Y que en cada relación se juega la posibilidad y a la vez la incertidumbre de volver a elegir y ser elegido”, define. “Se podría pensar también –agrega- en una necesidad de mantener distancia para transcurrir por el amor ‘sin los riesgos que implica el amor’ o de ‘enamorarse sin sufrir’, intentando evitar el trabajo de construir un ‘nosotros’”.
Para Rivas, “se rechaza la complejidad que implica el compromiso afectivo y la vida en pareja”, en un contexto de mandatos sociales que ya no tienen que ver con esa vida en pareja: “Predominan tendencias más bien individualistas, proyectos que tienen que ver con el desarrollo profesional, la obtención de dinero o la adquisición de determinado status social”.
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