“Viernes deriva de Venus, la diosa del amor”, explica Darío Sztajnszrajber, y se ríe: “Por eso me gusta que el encuentro sea un viernes”. Lo dice entusiasmado al hablar de su próxima presentación en Mar del Plata, donde propondrá una clase filosófica de tres horas titulada “Pensar al otro: El amor”. Será este viernes 31
“Viernes deriva de Venus, la diosa del amor”, explica Darío Sztajnszrajber, y se ríe: “Por eso me gusta que el encuentro sea un viernes”. Lo dice entusiasmado al hablar de su próxima presentación en Mar del Plata, donde propondrá una clase filosófica de tres horas titulada “Pensar al otro: El amor”. Será este viernes 31 de octubre, a las 19, en el teatro Radio City.
Antes de ese encuentro, el filósofo, docente y divulgador pasó por Mesa Chica, el programa de streaming de LA CAPITAL y Canal 8 y dejó una charla tan vertiginosa como apasionada, fiel a su estilo. Entre risas, conceptos y paradojas, habló del amor en tiempos de algoritmo, de los vínculos desmaterializados, del egoísmo social y de por qué -según él- amar también es un acto político.
-¿Cómo se prepara una clase filosófica de tres horas sobre el amor?
-Imaginate lo que significa hablar del amor, con todo lo que eso implica. Tenemos muchas ideas impregnadas sobre el amor, desde las que vivimos nuestros vínculos, pero todo eso puede ser cuestionado, deconstruido, pensado desde otro lugar. Mi propuesta es jugar con eso: hablar del amor un viernes -el día de Venus, la diosa del amor- y hacerlo con humor, con mitos, con comparaciones, con el público. Cuestionar no es destruir; es redimir. Poder recuperar una forma del amor que no esté domesticada, que no tire para abajo.
-¿Qué pasa con el amor en tiempos de algoritmo, soledad y pantallas?

-Es fascinante lo que se genera, aunque esa fascinación tiene su doblez. Hoy aparecen amores entre personas que nunca se encuentran, amores desmaterializados. Lo digital amplía el espectro, te permite conocer más gente, pero hay un punto donde hay que salir de la pantalla y bancarse el encuentro con el otro. El amor que a mí me interesa supone un cuerpo. Cuando las relaciones se descorporizan, pierden la provocación del otro, su diferencia, su impacto. El cuerpo es eso que te desacomoda, lo que te saca de vos mismo.
-Decís que la filosofía no resuelve problemas sino que los crea. ¿El amor también?
-Claro. Yo creo que hay dos modelos del amor. Uno es el farmacológico, ansiolítico: te enamorás y te tranquilizás, te sentís armonioso. El otro, el disruptivo, es todo lo contrario. No te calma: te desestabiliza. No es un tranquilizante, es un estimulante. Te saca de vos mismo, te obliga a pensarte distinto. En una sociedad tan idolátrica de la individualidad, el amor es una provocación porque te hace coincidir con otro, no con vos.
“El amor y la muerte siempre están en diálogo”

-¿Existe una relación entre el miedo a la muerte y la búsqueda de un amor trascendente?
-Totalmente. Ya Platón decía que el amor es una forma de buscar la inmortalidad. Uno se enamora porque cree encontrar una plenitud perdida. Pero si asumimos que somos finitos, que nacemos para morir, el amor puede dejar de ser un intento de trascender y convertirse en una manera de vivir más plenamente. En ese sentido, el amor no es tanto la búsqueda de la eternidad sino una forma de estar presente en el mundo.
-Decís que el amor también puede pensarse políticamente. ¿Cómo es eso?
-Para mí, la gran pregunta es cómo nos vinculamos con el otro. Esa pregunta atraviesa el amor y la política. Salís a la calle y hay un otro que padece. ¿Qué hacés con eso? ¿Lo ignorás, lo culpabilizás, te hacés cargo? El amor no es solo de pareja: también es una sensibilidad hacia el otro, una ética de la relación. Y me parece que como sociedad tenemos una deuda con el otro. Tal vez el amor sea un hilo conductor para repensar esa deuda.
-¿Hay un amor más puro que otro?
-No creo en la pureza. La pureza es una forma de tranquilizarse. Lo interesante del amor es que te contamina con la otredad. Si no, terminás en relaciones donde los dos son fotocopias, repitiendo lo mismo. Prefiero la impureza: ahí está la vitalidad del amor, porque el otro te desafía, te incomoda, te obliga a cuestionarte.
-Te pasa que tus charlas mueven mucho al público. ¿Qué fue lo más insólito que viviste?
-Una vez, en La Plata, estábamos haciendo Salir de la caverna, una versión de la alegoría de Platón con una banda de música. Terminó el show y había un chico llorando en una mesa. Me acerco y me dice: “Estaba con mi novia, me miró y me dijo ‘nos tenemos que separar, ¿no ves lo que están diciendo?’” y se fue. Lo abracé, le pedí perdón y le dije: “No mates al mensajero”. (Ríe). No hago terapia, hago filosofía. A veces duele, pero te despierta.
-Tenés una relación muy fuerte con Mar del Plata.
-Sí, total. Cada vez que voy, me pasa algo hermoso. La última vez fui con mi hijo menor y me paraban en la calle, me abrazaban. Mi hijo me dijo: “Papá, en ningún lugar te quieren tanto como acá”. Y tenía razón. En Mar del Plata me siento querido, me da aire. Y para que haya fuego, tiene que haber aire.
-Para cerrar: una idea que creas sobrevalorada, una certeza que ya no tenés y una utopía que todavía te mueve.
-La idea sobrevalorada es el amor mismo. Si lo bajamos del pedestal, podemos redimirlo. Una certeza que ya no tengo: la confianza en las representaciones. Y una utopía que me sigue moviendo: la justicia social.
Su mesa chica
En el tramo final de la entrevista en Mesa Chica, el filósofo se sumó al clásico juego del programa: elegir con quién compartiría un asado imaginario. Fiel a su estilo, combinó lo místico, lo político y lo existencial.
“Mi mamá, Nietzsche, Juan Domingo Perón, Dios… y el último ser humano de la historia. Ese también quiero que esté.” Y después, entre risas, agregó un nombre más: “Ah, y Bilardo, ¿cómo me lo voy a olvidar?”.
DARIO SZTAJNSZRAJBER PLANETA MARZO 23
















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